Una secuela poco comentada con las medidas “preventivas” tomadas por la contingencia actual del Covid 19 es la de la deprivación sensorial. Para tomar conciencia del alcance de la misma voy a hacer una somera introducción a los sentidos sensoriales, el sistema nervioso y su relación con el comportamiento y las emociones.

Conocemos los 5 sentidos sensoriales clásicos, Rudolf Steiner habló de hasta doce:

– Los ojos ven pero también miran.

– Los oídos oyen pero también escuchan.

– El gusto percibe sabores pero también saborea y disfruta.

– El olfato percibe olores pero también huele las situaciones

– El tacto percibe las presiones, la temperatura etc pero también siente y se emociona.

Cada sentido tiene una función biológica que se traduce en un comportamiento concreto o una toma de conciencia o nos lleva a un recuerdo emocionalmente importante. A todos nos ha pasado que un determinado olor nos ha llevado al obrador donde nuestra abuela cocía un pan delicioso o un sabor que nos lleva a ese viaje exótico. Los sentidos se conectan de manera directa con nuestra memoria y es importante porque las malas experiencias han de ser recordadas de manera instintiva para no volver a repetirlas, como cogerle manía a un alimento concreto porque nos sentó fatal o evitar entornos con olores determinados donde sufrimos algún tipo de situación terrible. El sistema límbico y la amígdala cerebral están siempre alerta.

Los sentidos se relacionan entre sí, ¿no os habéis dado cuenta de que se oye peor con el uso de la mascarilla aunque hablemos más alto?, hay gente que incluso para hablar por teléfono necesita ponerse las gafas… así que perdemos un grado importante de comunicación cuando no podemos obtener información de la mímica facial: el movimiento de los labios al hablar, la expresión facial que denota el lenguaje no verbal.

Esto es especialmente importante en niños pequeños, es conocido el efecto de la falta de cercanía y expresión amorosa en los niños de los hospicios u orfanatos, su sistema psiconeuroinmunoendocrino hacía aguas con infecciones, trastornos del comportamiento, déficit de GH (hormona del crecimiento) con falta de crecimiento, etc.

Experimento de la cara inexpresiva

En 1978, Edward Tronick, profesor de la Universidad de Harvard, describió un fenómeno en el cual un bebé después de tres minutos de una infructuosa «interacción» con una madre sin expresiones faciales rápidamente entraba en un estado de ansiedad. El bebé hacía intentos por tener una interacción recíproca y sus conductas se encaminaban a obtener una respuesta de su madre. Cuando todos sus intentos fallaban, el bebé se retraía y orientaba su cara y su cuerpo hacia otra dirección.

Un sentido sensorial fundamental es el tacto, la piel, en concreto la epidermis que procede del ectodermo igual que el sistema nervioso y la retina. Podríamos decir que la piel es un trocito de cerebro y el cerebro un trocito de piel, por eso en las enfermedades en general y en concreto en las autoinmunes la gestión inadecuada del estrés tienen sus efectos en la piel, como las placas de psoriasis o la fotosensibilidad del lupus eritematoso, la urticaria etc.

Las sensaciones físicas a nivel de epidermis dejan una impronta en el sistema límbico, podemos olvidar el daño de un golpe pero jamás lo que nos hizo sentir una caricia por alguien amado. De ahí la importancia de los abrazos, las caricias, la proximidad de las personas de nuestro entorno.

La distancia social y el evitamiento de un comportamiento natural como seres gregarios que somos tiene terribles consecuencias.

El peor castigo que se podía aplicar a un ser humano desde tiempos ancestrales era la exclusión del grupo. Una condena donde los miembros del clan “no le veían”, no interactuaban con él. No solo no había protección ante el peligro sino que a nivel emocional no había contacto ni se le reconocía como integrante, un excluido.

 

DISTANCIA SOCIAL (por miedo) → RECHAZO → HIPERCORTISOLEMIA → SIMPATICOTONIA (estrés, huida, sueño no reparador, ansiedad) → FATIGA ADRENAL.

Pues parece que es todo un problema y lo tenemos ya encima.

 

Iba la Peste camino a Bagdad cuando se encontró con Nasrudín.Este le preguntó:
— ¿Adónde vas?
La Peste le contestó:
— A Bagdad, a matar a diez mil personas.
Después de un tiempo, la Peste volvió a encontrarse con Nasrudín. Muy enojado, el mullah le dijo:
— Me mentiste. Dijiste que matarías a diez mil personas y mataste a cien mil.
Y la Peste le respondió:
— Yo no mentí, maté a diez mil. El resto se murió de miedo.
Cuento de la tradición sufí.

 

Por ello las recomendaciones sensoriales que os propongo serían:

– Recrearse en mirar, que no ver, la belleza de la naturaleza, nuestro entorno, nuestros seres queridos de manera activa, con la intención de disfrutarlo. Muchas veces esa visión nos ayuda a darnos cuenta de lo afortunados que somos.

– Escuchar con atención, que no solo oír, no sólo las conversaciones que nos ayudan a serenarnos, a estar más cerca de los demás, que nos aporten, esa música que tanto nos mueve por dentro.

– Saborear los alimentos saludables, los momentos con la familia y amigos, el sol, la vida.

– Agudizar nuestro olfato para conocer que es lo que nos conviene en cada momento: no dar entrada al miedo o la ansiedad tomando las decisiones que nuestro instinto nos indican.

– Abrazar, acariciar, sentirnos próximos a los demás con la calma y de manera amorosa.

 

Dra. Benito de la Torre.

Medico rehabilitador.

 

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